En los últimos meses estamos oyendo hablar del modelo ACP (Atención Centrada en la Persona) en los servicios de atención a personas adultas mayores.
Este concepto es antagónico a la Atención Centrada en el Servicio, donde se anteponía la organización de los centros a la hora de establecer horarios, actividades, etc… siendo éste un abordaje de tipo sanitario.
Actualmente el trabajo en los centros residenciales y de atención diurna de personas adultas mayores busca que la persona se sienta “en su casa”, que la persona sea el centro del abordaje multidisciplinar, que la persona pueda opinar y decidir.
La esencia del modelo ACP es aportar criterios y fundamentos éticos para el buen trato partiendo del reconocimiento del “valor” de la persona adulta mayor, basado en la dignidad que poseen, para capacitarse en un proyecto de vida autónomo en instituciones justas, donde se den las condiciones para desarrollar sus derechos y la protección de su vulnerabilidad.
Las personas adultas mayores viven prioritariamente una etapa de desarrollo, de autorrealización personal desde una identidad consolidada personal y socialmente. Todos podemos pensar en nuestros padres y abuelos, cuáles son o han sido sus señas de identidad.
Pero también es un momento de aparición de nuevas necesidades generadas por el cambio de función social (laboral y familiar)
Tratar bien a las personas adultas mayores no es tanto una obligación o imperativo sino un tipo de relación personal y social que pretende un objetivo deseable para cualquier persona, que no es otro que una vida feliz.
Cuidar a los adultos mayores es dar respuesta a muchas cosas. No solo consiste en ofrecer una serie de servicios o atenciones. Se trata de facilitar apoyos y nuevas oportunidades de vida, de la mejor vida posible para cada persona. No todas las formas de cuidar, no todos los servicios profesionales son iguales ni permiten alcanzar todos estos objetivos.
Este objetivo se apoya necesariamente en la autoestima personal, en la conciencia de ser valiosos, en ser reconocidos, estimados en el medio en el que vivimos.
Lamentablemente, solo tratamos bien a aquello que consideramos valioso. Las personas mayores son un colectivo heterogéneo; cada persona posee identidad propia configurada a partir de los rasgos de la personalidad y de las experiencias vitales de cada una. Sin embargo existe una percepción distorsionada y se les identifica con fragilidad, carencias y, en consecuencia, como una carga social.
Los ámbitos asistenciales (sanitarios o sociales) son ámbitos privados. Por eso las relaciones que debemos exigirnos los profesionales de atención y asistencia son de excelencia profesional; exigirnos que las decisiones y acciones que tomemos vengan fundamentadas y motivadas por el compromiso de hacer el bien y evitar violentar la gestión de la intimidad y la privacidad de las personas, en este caso de las personas adultas mayores. Para ello es necesario desarrollar actitudes, habilidades y virtudes que favorezcan el buen trato, especialmente en los ámbitos de atención y cuidado a las personas más dependientes y vulnerables.
La dignidad como fundamento de la ACP. En el reconocimiento de la dignidad que toda persona tiene por el mero hecho de ser y existir, es donde se fundamenta el principio ético que obliga al buen trato. Quien tiene dignidad exige ser tratado con consideración y respeto, con igual consideración y respeto que el resto. Es de esta exigencia de “buen trato” de la que emanan todos los derechos de las personas: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, y, dotados como están de razón y conciencia…» (Declaración Universal de Derechos Humanos, 1948, artículo 1)
Pongámonos en su lugar, en el lugar de las personas que necesitan ayuda para realizar las actividades de la vida cotidiana. ¿Qué pediríamos a los servicios profesionales? Sin duda las respuestas de cada uno serán diferentes, porque cada uno de nosotros somos diferentes. Pero todos coincidimos en que se nos trate con respeto.
Conocer a la persona a la que prestamos apoyos, las cosas que le agradan, sus costumbres y relaciones personales, conocer y apoyar lo que realmente es importante para cada persona en el momento actual de su vida.
La persona es protagonista activa, donde el entorno y la organización se convierten en apoyos para desarrollar los proyectos de vida y asegurar el bienestar de las personas.
La ACP reconoce la singularidad y el papel central de la persona en su atención:
- Entiende que la misión de los /as profesionales es cuidar, apoyando los proyectos de vida y facilitando la autodeterminación de cada persona como ser único.
- Busca nuevas formas de atención, donde las personas usuarias pueden opinar, elegir y tengan control sobre real sobre los asuntos que le afectan en la vida cotidiana.
- Identifica y visibiliza las capacidades de las personas para intervenir desde éstas
- Conoce las biografías, preferencias y deseos de las personas, para convertirlas en los principales referentes de los planes de actuación

Desde la ACP damos gran importancia a que las actividades terapéuticas resulten significativas para las personas. Intentamos dejar atrás las actividades rutinarias, aburridas o infantiles. Buscamos y desarrollamos “actividades plenas de sentido”
Pretendemos dar con respuestas que realmente agraden y estimules a las personas en las que o se “sientan obligadas” a estar porque lo aconsejan los profesionales. Esto supone un gran reto, ya que sin abandonar los objetivos terapéuticos, deberemos adaptar algunas de nuestras intervenciones, desde la individualización, así como dar paso a nuevas alternativas.
Desde la ACP la participación de la persona en su atención es algo irrenunciable. Incluso cuando tiene un deterioro grave, contando entonces con el apoyo de la familia, amistades y, por supuesto los profesionales más cercanos/as.
Estas son algunas pinceladas básicas del modelo ACP del que tanto estamos oyendo hablar y sobre el cual ha de estructurarse nuestro trabajo y nuestras buenas prácticas. Un cambio de paradigma muy importante y de gran valor, que empodera, no solo a las personas adultas mayores sino a los trabajadores que día a día compartimos con ellos tiempo, espacio y como no, VIDA.

Mentxu Hernández González
Psicóloga Residencia de Mayores de Lierganes